Los suaves pétalos de las flores esparcidas sobre el agua me recordaban aquel paraje desconocido llamado universo. Era primavera y la magia de aquellos años se extendía por todo el campo. La brisa era suave y tenue casi como una caricia inalcanzable de mi madre. No tenía en aquella época más saber que lo que me rodeaba. Un hermoso lago se imponía frente a mi. Al fondo árboles frondosos adornaban aquel paraje conocido para mi y exuberante para muchos otros. Me había acostumbrado a estar allí y cuando podía salir de casa a caminar mientras con una rama en la mano hurgaba el suelo a su orilla tratando de expugnar los secretos de la tierra.
Escapaba por aquel entonces de mi vida cotidiana a la que no le encontraba sentido, veía a las personas extrañas y nunca me sentía de aquel lugar excepto por la belleza natural ante mi. Una casa vecina a mi derecha y una carretera a mi izquierda son los lazos que definieron mi vida. Aun siento como el aletear y el canto de las aves susurraban a las hojas de las ramas clamando por un momento de quietud; quizás desde aquel momento, sentí que no pertenecía allí. Crecí en una sociedad de ideas conservadoras, extrañas y oscuras en una época caótica.
Tuve tiempo de ver la vida al paso de mis ojos, fue todo lo que siempre anhele: PAZ.
Así pasó el tiempo y fui creciendo sin sentirme de allí pero siempre teniendo un momento de paz en aquel lugar. Ver crecer la hierba entrando la primavera y los juncos a las orillas del agua casi derretida me llenaban de alegría; pensar que el hielo cubría la superficie del agua en invierno como deteniendo el tiempo, el cronómetro incesante de la naturaleza solo roto por el sol que se alzaba frente a mi tras las ramas de un árbol, la arena de la orilla como si el mismo astro rey dejase caer sus rayos en pequeños granos, era un espectáculo ver como llegaba el verano, las flores y el verde que reverdece después de estar muerto, el MEMENTO MORI y aun así se regenera la vida.
Con el tiempo y tantas cosas que viví allí decidí irme a otros lugares y fui de aquí a allá, de un lugar conocido a uno desconocido para mis ojos jóvenes, esos mismos que daban sentido a ese mundo que conocí tan tranquilo y pacífico. Ahora vivo en el agobio incesante de una selva de cemento, cal y piedra; extraño sin duda esa tranquilidad, un lugar en el mundo para mi, siento que el inexorable paso del tiempo apaga con cacofonía el sonido de la vida y trato de sobreponerme a eso pero es un peso casi imposible de cargar como si fuera el atlas sosteniendo el peso del mundo en mis brazos. He tenido tantas cosas por aprender que de manera silenciosa espero, la certeza de las verdades me dan vueltas y me hacen caer en un letárgico momento de falta de fuerza como si la misma naturaleza de las verdades me golpeara con el mazo ensordecedor de un dios.
Ahora estoy en las postreras epifanías de mi vida encontrando idiotas, sabios, maestros y de aquellos que amé, de los que aprendo y aunque me llenan de saber no me alimentan lo suficiente. Así como Saturno devoró a sus hijos así siento que la vida me devora y no encuentro el momento de vivir de nuevo intensamente con los ojos de una pequeña, un infante lleno de sueños adornados por nubes de imposibles, engrandecidos por el hastío del sol en verano, por el inmarcesible canto de la naturaleza. solo quiero mi lugar.
Los años han pasado y ahora veo el pasado recordando los momentos que me hacían feliz, recordando a todos aquellos que me enseñaron el camino, los que me ayudaron a esquivar las espinas carmesí de las rosas que adornaban mi senda, de los incontables momentos de insomnio tratando de entender por qué el mundo es tan hostil y tan lleno de inequidad, aprendiendo que cada momento es único e irrepetible como la vida misma.
En toda esta Vorágine de cosas no sabía lo que era el amor de sentirse especial para alguien y en algún momento de mi vida alguien le dio color a ese paisaje gris y desolado como los días de invierno frente al gélido lago a mis pies. Ahora lo entiendo y comienzo a caminar a la otra orilla donde la aurora del sol se encumbra y aunque difícil sigo mi camino entre tropiezos y caídas, vuelvo a levantarme, me reconforta la idea de volver otra vez a sentir que mi vida tiene sentido.
Voy al este mientras el viento invernal incesante cae sobre mí volviéndome el cabello blanco con la nieve de los años, sigo de pie y así llegaré al lugar donde alumbra el sol, al otro lado de la blanca y fría cortina que oculta como un velo de isis la alegría de vivir. He llegado a la plenitud de mi vida y es en este instante que siento al fin que pertenezco a la tranquilidad del vacío de la ausencia de pensar, mis brazos descansan del peso del mundo y cansada de la travesía con mi corazón a punto de estallar de regocijo, encuentro mi lugar en el universo de mi propia armonía. Lo he encontrado. Me he amado.
Centésimo Humano.
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